
Mi amiga Monica y yo estábamos tratando de aprovechar su última noche en la Antigua. Fue un viaje corto, y nos esforzamos para hacer todas las actividades que cupieran. Yo quería que ella conociera la ciudad que yo conozco, el pueblo adoptivo en Guatemala al que tanto quiero. Yo quería que viera sus peculiaridades y lo amara de todas formas. Desafortunadamente, en su última noche, ella y yo nos vimos enfrentadas a una realidad Antigüeña que yo tenía la esperanza que ella no conociera.
Íbamos caminando hacia uno de mis bares favoritos, cuando recibimos un Snapchat de un amigo en común. Paramos a media calle, nos reímos de su foto, nos tomamos una selfie y se la enviamos de vuelta; cuando de pronto, sentí las manos de alguien por debajo de mi ropa. Antes de que pudiera entender lo que estaba pasando, mi ropa interior ya se encontraba alrededor de mis rodillas y las manos intrusas me manoseaban bajo la falda. El terror me congeló completamente. Grité como desquiciada por instinto, haciendo todo el ruido posible. No tenía idea de cuántos hombres podían ser, tampoco sabía si Monica estaba en la misma situación. Infinidad de miedos me cruzaron por la cabeza demasiado rápido para que los pudiera ordenar.
¿Estarán armados? ¿Habrá alguien cerca que nos pueda ayudar?
Me giré para intentar protegerme y confrontar a mi agresor. El huyó mientras me subía mi calzón para poder perseguirlo; pero él logró distanciarse. La rabia me empujaba a correr tras él, pero ya se había alejado demasiado. No tenía caso. El desgraciado escapó y entonces supe que no habría justicia que se encargara del hombre que me acababa de ultrajar y me hizo temer por mi vida en plena vía pública de la ciudad que amo.
De pronto, mi frustración se desvaneció cuando escuché a Monica gritar confundida y asustada. « ¿Pero qué mierda está pasando aquí?»
Por suerte, nuestra única amenaza fue un tipo sin armas y Monica no había sido manoseada.
Sin embargo, mi corazón latía a miles de kilómetros por hora; disparado por la adrenalina inundando mis venas. Me sentía cubierta de arañas gracias al asco que obtuve al repetir el incidente una y otra vez en mi cabeza.
Sacudí mis manos y salté de arriba para abajo con tal de liberar la energía negativa. Me rehusé llorar, eso era lo más importante, no iba a permitírmelo. Ese tipo, pensé, no merece mis lágrimas. No le voy a dar semejante victoria. Aun así, mis emociones amontonadas necesitaban ser descargadas. Y fue así, como en menos de cinco minutos después del ataque, me encontré a mí misma en pleno ataque de risa. Me reía para sentirme fuerte. Me reía para probarme a mí misma que él solo merecía burla. Me reía para demostrarme a mí misma que él no tenía poder sobre de mí. No podía dejar de reír. Mi cuerpo temblaba, y reí tan fuerte que me dolió, maldiciendo y tomando la situación a la ligera.
Monica me observaba con preocupación en sus ojos. Sé que ella deseó haber podido hacer algo, reaccionar ante lo que estaba sucediendo en el momento justo. Ella me tomó gentilmente del brazo e intentó hablar conmigo acerca de lo sucedido, pero yo realmente no era capaz de hablar con seriedad del tema. Eventualmente, las carcajadas murieron, convertidas en pequeñas risas. Y cuando por fin logré controlarme, la vi directo a los ojos y le dije: «Bienvenida a la Antigua».
Esa declaración no es del todo justo. El acoso callejero afecta al mundo entero. Para las mujeres, es un hecho obvio. Pero seamos claros, en Guatemala es terrible. Muy terrible. Monica y yo tuvimos suerte esa noche. Es peligroso ser mujer aquí. Podríamos haber salido heridas. Incidentes como éste que nos sucedió hace pocas semanas son una constante que nos recuerda, a todas, que no somos capaces de garantizar nuestra propia seguridad. Nunca sabemos cuál será la caminata por la calle que nos van a atacar, pero sí sabemos que siempre puede suceder. Nunca sabemos si seremos las próximas en ser atacadas o si tendremos la oportunidad de reír en carcajadas nerviosas después. Durante las noches, no podemos disponer de las calles para pasear. Y en realidad, tampoco durante el día.
Conozco muchos hombres que piensan que este problema no es tan grave, y esos mismos hombres preferirían que las mujeres dejaran de sermonearlos con la famosa «cultura del violador» pero, chicos, hay algo que ustedes aún fallan en comprender: solo porque ustedes no participen –o presencien— la dinámica del acoso a mujeres en las calles, no significa que sea un problema inventado. Es muy real y es grave y extenso. La objetificación diaria de la mujer, hora a hora, minuto a minuto abarca desde las ofensas «de nivel bajo» como los “cumplidos” y silbidos, pasando por el abuso físico, hasta violaciones y asesinatos tan brutales como el caso de la adolescente de 16 años, Lucía Pérez en Argentina. Es un relato tan gráfico y horrible que no voy a relatar detalles aquí, pero cada mujer con la que te encuentras podría sentirse identificada de manera íntima al caso. Ese espectro entero de deshumanización es el centro del problema, y es de manera explícita, un problema masculino. Para arreglarlo, para acabar con él; TU debes ayudar. El no acosar y no violar a mujeres en las calles no basta. Se necesita un rol activo en ésta lucha. Por favor, involúcrate. Te necesitamos.
Antes de ahondar en ello, creo que tendré que convencer a algunos de mis lectores masculinos, que el problema es en realidad tan terrible como las mujeres lo vemos. Tan difícil como puede ser creer esto desde mi lado de la brecha de género, he tenido que aceptar que muchos hombres no son capaces de percibir como las mujeres somos constantemente objetificadas y puestas en peligro a su alrededor. Por eso voy a explicarlo para los chicos de una forma entretenida y no agresiva, o por lo menos intentarlo. Necesitamos desesperadamente que todos entiendan, así que pondré esto en términos que seguramente les hará ver claramente el tipo de cosas con las que tenemos que lidiar.
Imaginen que los hombres no son hombres, sino zombis. Ahora imaginen que éstos zombis están hambrientos de mujeres en lugar de cerebros. Utilizando ésta perspectiva, espero se comprenda que las mujeres estamos viviendo un terrible apocalipsis zombi cada maldito día.
Ahora piensen en ello cada vez que caminen por las calles.
Partamos con nuestra teoría desde puntos muy generales. Primero, la epidemia zombi no proviene de consumir cerebros o de ser mordido por uno de los infectados. Es más fácil y sutil que eso. Nuestros zombis se convierten en un peligro observando a otros zombis interactuar en su hábitat natural. Los pequeños zombis en particular, aprenden de los zombis adultos y sus conductas; a través de la exposición constante a los cerotes se convierten en aún mayores amenazas. Segundo, aunque su actividad es mayormente nocturna, los zombis pueden atacar a cualquier hora. Por esto mismo, las mujeres deben estar en constante alerta, cuidándose las espaldas mutuamente y tomando precauciones para evadir peligros. Nosotras, al igual que los adorables y valerosos supervivientes en tus series post-apocalípticos favoritas de plagas zombi, desearíamos poder relajarnos y bajar la guardia, pero esto es imposible al lidiar con hordas de muertos vivientes.
Yo sé que ésta metáfora no es perfecta, pero en realidad refleja como muchas mujeres nos sentimos, tanto alrededor del mundo como en las calles de la ciudad donde vivimos. Así es como muchas de nosotras nos sentimos aquí en la Antigua Guatemala. Nosotras logramos tener vidas satisfactorias a pesar de las amenazas y los peligros, pero existe un nivel de tensión latente que muchos hombres no registran.
También somos conscientes de que no todos los machos están infectados, sin embargo, es precisamente éste hecho lo que lo hace tan aterrador—nunca estamos seguras de quién realmente es un zombi y quién no, ya que la exposición por sí misma no siempre es fatal para la moralidad de la víctima. Aún hay esperanza para la humanidad aún en medio de ésta pesadilla, y tengo fe que mediantes los esfuerzos combinados de heroicos hombres y mujeres, podemos combatir la epidemia de acoso que infecta a las sociedades alrededor del mundo. Sin embargo, para hacerlo, necesitamos empezar a limpiar las calles y a abarcar más territorio. Los zombis nos acechan en cada calle. No se les debe tomar a la ligera. Las amenazas esperan en cualquier lugar, y como en el videojuego Left 4 Dead, existen distintas categorías de infectados en nuestro ambiente.
Ahora nos vamos a dedicar a investigar las tres principales subdivisiones de zombis: El Sobón (The Groper), el Pajero (The Wanker) y el Aullador (the Howler).
Quisiera aclarar un último punto importante antes de continuar con la parte educativa de éste artículo. Hablo completamente en serio al abordar el tema. Quizá es que, particularmente, cuando estoy tan molesta, siempre necesito reírme o tomar todo en broma, pero esto va muy en serio. Si has sido objeto de cualquier tipo de abuso sexual –ya sea verbal, manual o genital— seas hombre o mujer, y crees que necesitas hablar con alguien, te urjo hablar con alguien que confíes y que pueda ayudarte. Si no tienes a alguien en éste momento de tu vida en quién confíes lo suficiente y pueda estar contigo durante una crisis, por favor ve al sitio www.sosmujeres.com. Hay enlaces, recursos, profesionales especializados y voluntarios entrenados disponibles para ayudarte. Si nada de eso ayuda, por favor escríbenos a la revista La Cuadra Magazine, y veremos juntos, maneras de ayudarte a navegar la situación a un mejor lugar.
Nos reímos si lo necesitamos, pero entendemos bien que esto no es una broma. Hombres que no han pasado por algo así, aún necesitan comprender con qué estamos lidiando, y por ello, como un equipo de sobrevivientes en un mundo devastado por la epidemia; tratamos de salir adelante con bromas en mano, algo de pesar en nuestros corazones, pero siempre con determinación y voluntad para poder cambiar éste mundo para bien.
Sin más… ¡A cazar Zombis!
EL SOBÓN (THE GROPER):
Esta variedad maliciosa de muertos en vida es la subespecie que me atacó en la visita de mi amiga Monica. El Sobón lleva el acoso callejero a un nivel extremadamente peligroso e íntimo, ultrajando físicamente a las mujeres y faltándoles el respeto al tocarlas directamente, violando el espacio personal y tocando o agarrando partes de su cuerpo. Ésta es una experiencia traumática que crea sentimientos de soledad, impotencia y deja a la víctima sintiéndose sucia. Es el zombi más temido de todos, y no puede ser tomado a la ligera.
Al caminar esa noche con Monica, no fue la primera vez que he sido atacada por un Sobón viviendo en la Antigua. Una vez, en plena luz del día, mientras caminaba hacia el trabajo; me percaté que alguien me había seguido desde hacía mucho tiempo, sus pasos no me abandonaron desde que me bajé de la camioneta en San Lorenzo el Cubo. Algo se sentía extraño, pero podía ser que simplemente nos dirigíamos al mismo lugar, así que intenté no prestarle atención. Pero al hacer esto, bajé la guardia y cuando me giré para cruzar la esquina que llevaba a la escuela dónde soy voluntaria, oí que los pasos detrás de mí se aceleraron. Yo también aumenté la velocidad, rogando a Dios estar equivocada acerca del extraño detrás de mí. Mis temores se hicieron realidad, al escuchar que también aceleró la marcha y escuché como se me acercaba. Su respiración acelerada se convirtió en jadeos y sabía que estaba cerrando la distancia. Me volteé, con mucho miedo y ahí estaba un chico adolescente, en modalidad zombi, ahora corriendo tras de mí. Comencé a correr yo también, y como pensé, él me persiguió. Corrí, subiendo la colina y a golpes tanteé la puerta de la escuela para abrirla en mi desesperación; pero antes de poder abrir los cerrojos y entrar, él estiró la mano y logró amasar con ganas mi trasero.
«Qué rico tu culo», se burló en inglés y sin más se fue, con una sonrisa de satisfacción. Ese mocoso no tuvo temor de que yo le pudiera hacer algo. No tenía ningún sentimiento de vergüenza ante lo absurdamente mal que estuvo lo que hizo. Y sin embargo se sintió con derecho absoluto de propiedad sobre mi cuerpo.
Le grité, insultándolo. « ¡Asqueroso, pedazo de mierda! ¡¿Cómo te atreves a tocarme?!»
Furia en estado puro, violenta, se volcó fuera de mis ojos en forma de lágrimas. Me sentía completamente indefensa, y confundida, sobre cómo prevenir el hecho. ¿Y si lo hubiera golpeado? Quizá me mata, o algo peor. Mis manos temblaban cuando alguien abrió la puerta por dentro, mi día estaba completamente arruinado.
Los zombis Sobones, como éste mocoso adolescente y el hombre que nos atacó a mi amiga y a mí el mes pasado, están en una lucha por el poder. Se sienten impulsados a «demostrar su hombría», mostrándose a sí mismos y al mundo que son más poderosos que las mujeres, que ellos, en sus mentes, son mejores que nosotros. El Sobón es, claramente, una criatura patética pero MUY peligrosa. Como las demás especies de zombis peligrosos, ésta se mezcla con un grupo común de hombres. Ese adolescente pudo haber sido un estudiante de otra escuela de la comunidad donde trabajo; y sus maestros, jamás sabrían que ha hecho algo tan horrible mientras iba camino a la escuela por la mañana. Los Sobónes son cautelosos. Intentan apartar a las mujeres de los grupos, muchas veces atacando individualmente o en parejas y aparentemente —como lo demuestra el hecho que muchos de mis amigos hombres no hayan presenciado ésta conducta— su debilidad está en encontrarse en presencia de otros hombres, cuya relación con la chica no está claramente establecida. Rara vez atacan si un pene humano desconocido se encuentra cerca de su objetivo.
Esto ocurre en muchas más ocasiones que los hombres creen. En preparación a éste artículo, me he tomado el tiempo de conversar con muchas chicas que viven en la ciudad y he escuchado sus experiencias. Una de esas chicas, recordó haberse encontrado con un Sobón recientemente y accedió a que transcribiera su historia, de forma anónima para éste artículo. El ataque ocurrió al atardecer, cuando las calles estaban llenas de gente y la ciudad por lo general está llena de vida. Ella se encontraba a menos de una cuadra de distancia del Parque Central cuando éste breve pero perturbador ataque sucedió:
«Yo estaba caminando junto a la Catedral, eran casi las siete. Estaba usando éstos mismos shorts, cuando escuché a alguien corriendo, así que me moví hacia la derecha pensando en que la persona venía por mi izquierda. Me giré hacia mi lado izquierdo y me detuve en el derecho, parada en la acera, para verlo pasar y para mi sorpresa, ya lo tenía encima. Al principio, daba toda la impresión que me iba a asaltar. Tenía la misma bolsa de hoy y pensé, “¡Mierda! Me la va a robar.”»
«Para mi desgracia, me percaté pronto que eso no era lo que estaba pasando. En lugar de eso, el tipo estaba deslizando su mano en medio de mis nalgas y rozó su dedo en mi (ano)… Antes que algo así me sucediera, siempre pensé que yo le iba a pegar a quién fuera me hiciera algo así, pero en el momento simplemente no pude reaccionar. Así que solo me quedé ahí parada. Cuando finalmente reaccioné, le dije que se fuera a la mierda y me dijo, “Vos tenés la culpa por vestirte como puta.”»
El Sobón no tiene concepto de respeto, y lo que es peor, en el momento del encuentro no es aconsejable para las chicas luchar contra ellos. No hay forma de saber si el Sobón está armado, o si nos puede atacar de vuelta. No podemos predecir su nivel de enojo si nos defendemos, así que nos sentimos forzadas a mordernos la lengua y fingir que nada ha pasado. Los ignoramos como mejor podemos, tanto como intento para preservar los retazos de dignidad que nos quedan, y sobre todo, preocupadas por nuestra seguridad. Después de todo, siempre nos queda la amenaza latente que el Sobón pueda llevar sus acciones más allá, convirtiéndose en violador o asesino —en un país donde la tasa de impunidad en casos de violación sexual es del 98 por ciento, en realidad no sabemos quién de nosotras pueda ser víctima de un crimen o si cualquier hombre es un agresor potencialmente peligroso.
Perdón, pero es la verdad.
Me pregunto cuántas mujeres que están leyendo esto, están de acuerdo con todo lo anterior y recordando cuando incidentes similares les ocurrieron a ellas. Lo peor, es que imagino que somos casi todas. Recuerden eso, chicos.
La próxima especie de zombi es relativamente menos peligrosa, pero no es menos perturbadora. Si mis lectores masculinos de una casta más respetuosa tienen dificultad al imaginar una ciudad plagada de Sobones, van a sorprenderse mucho con nuestro siguiente participante, a quién vamos a referirnos cariñosamente como El Pajero (The Wanker).
EL PAJERO (THE WANKER):
De acuerdo a las mujeres con las que he conversado para éste apartado, muchas han observado más penes (flácidos o erectos) en las calles de Antigua que lo que verían de forma consuetudinaria, en relaciones consensuales durante su vida. Lamentablemente, esto se debe mayormente a la proliferación del Zombi Pajero dentro de la población masculina. Mientras muchos zombis viajan en hordas, el Pajero siempre está solo. Como se evidencia en su nombre, los Pajeros son zombis que eligen mostrar o manipular sus genitales (coloquialmente, «hacerse la paja») en presencia de mujeres desconocidas. Que éste comportamiento sea repulsivo en prácticamente cualquier nivel en que sea considerado, no previene que sea parte lamentable del récord de muchas mujeres.
En otra conversación más reciente, una chica me relató que ella iba de camino hacia su casa desde el mercado, con las bolsas de sus compras colgando de ambos brazos, y vio a un hombre aproximarse desde una dirección contraria. Él sonrió de forma lasciva al verla caminar, y pronto tanteó entre sus pantalones. Se desabrochó el zipper, agarró su pene y lo sacudió en círculos como un (muy) pequeño helicóptero.
Ella se quedó horrorizada.
« ¡¿Qué mierda está haciendo?!» Recuerda haber pensado.
Ella negó con la cabeza y se fue rápidamente. Mientras huía, ella pudo escuchar a su agresor riéndose, aparentemente orgulloso —y divirtiéndose— por su acto. Mientras me contaba su historia, ella se imaginaba que el Pajero se había vestido de nuevo y continuado de la manera más natural su día, ya sea buscando una nueva víctima o regresando con las mujeres en su vida con quienes debe interactuar diariamente de una forma totalmente distinta.
Algunos hombres pueden encontrar esto difícil de creer, pero solo pregunten. Cosas como ésta pasan todo el tiempo. En muchas ocasiones, he volteado la mirada a ver a hombres tocándose mientras las caderas de las mujeres oscilan al alejarse caminando. Lo he visto en los alrededores de La Merced, en el Parque Central, en la primera avenida. De hecho, creo que no importa dónde. Estos tipos están en las Iglesias, en los bares, hasta en las escuelas. Están acechando en cualquier lugar dónde mujeres (y niñas) puedan reunirse, esperando una oportunidad para hacerse una paja. Están, aparentemente, siempre listos, con la mano caliente, esperando el momento justo para jalar y sacudir la palanca. Ellos gimen y sus ojos predadores constantemente están buscando víctimas, forzándolas a cubrirse a sí mismas y huir lo más pronto posible. Es inquietante y produce mucho asco. Al menos a mí, sí. Si eres una mujer en Guatemala que no ha visto ésta muestra particularmente repugnante de anormalidad, considérate afortunada… o ¡espera! Seguramente te sucederá en cualquier momento, eventualmente.
Los Pajeros no están simplemente en la acera o recostados en los pórticos; también están dentro de vehículos aparcados o en movimiento. Pueden acercar su auto a ti, llamar tu atención desde la ventanilla y antes que sepamos qué está pasando, volteamos para observar en primera fila el horror de un Zombi Pajero masturbándose mientras maneja para alejarse a través de las calles empedradas. Aparecen en camionetas extraurbanas, sentados en silencio relamiéndose, observando a chicas púberes, mientras se tocan.
Es una pesadilla.
Chicos, si alguna vez atrapan a un Zombi Pajero en el acto, por favor, por favor, por favor, humíllenlo públicamente —armen un escándalo (pero sin violencia). Apreciaríamos no tener que presenciar esa asquerosidad. Asimismo, aunque el Pajero generalmente solo se toca a sí mismo, sus despliegues de agresión sexual están designados, de forma intencional, para infundir temor en las mujeres. Ellos lo hacen por la reacción que saben van a causar. Es, por ende, un acto violento y las mujeres nos vemos forzadas a considerar terribles posibilidades de lo que éste zombi podría ser capaz de hacernos. Nos angustiamos porque vayan más lejos y nos puedan hacer daño. Estos pensamientos hacen un caos de nuestros cerebros confundidos, y nos abren los ojos ante la realidad descabellada y post-apocalíptica de anormalidad peligrosa que nos vemos forzadas a atravesar día a día.
Por favor, Dios, haz que esto se detenga.
EL AULLADOR (THE HOWLER):
Pregúntenle a la mayoría de mujeres en Guatemala, o en cualquier ciudad occidental, cómo es la experiencia de caminar en la calle a cualquier hora del día, y les garantizo que eventualmente van a mencionar la aberrante desgracia de los «cumplidos». Para muchas mujeres, no pasa un día sin escuchar un degradante «chh chh chh,» con connotación sexual o una mirada pervertida que desviste. Éstos comentarios a las mujeres son independientes de raza o género, hora del día y forma de vestir. Todas las mujeres, en algún punto, han sido sujetos de las miradas ofensivas o los comentarios degradantes del Aullador.
Conversé con más de veinte mujeres en la Antigua acerca de su experiencia con el acoso callejero, y todas sus respuestas estaban marcadas con rabia, frustración e impotencia. Otras expresaron resignación. Una amiga me dijo: «Para mí es diario. Ya sé que al poner un pie fuera de mi casa, alguien me va a estar mirando o me va a hacer “Chh chh chh”.»
Cuando le pregunté cómo la hace sentir saber esto, ella me respondió: «Solo tengo que saber que es parte de mi rutina y seguir adelante.»
Es algo tan engranado en la vida diaria, que se convierte en un inconveniente rutinario como sacar la basura o ir al banco. Es solo algo que tenemos que asumir.
Sin embargo, aguantar a un adolescente gritándote «Quiero de tu concha» en plena tarde, no es exactamente la forma en las que nos gustaría pasar un domingo tranquilo. Tampoco elegimos usar un vestido para que un señor nos diga «Qué rico» mientras caminamos casuales, sin hacer daño a nadie. A veces, ni siquiera necesitan decir nada: su mirada penetrante al relamerse es suficiente para ponernos los pelos de punta. Y así, nos dejan sintiéndonos impotentes por nuestra cuenta, simplemente tragándonos el ultraje de nuestra dignidad mientras el Aullador continúa impertérrito su camino.
Los Aulladores vienen en todas las formas, tamaños, edades y razas. Pueden ser desde albañiles o estudiantes, hasta hombres profesionales en saco y corbata. Ellos pueden viajar solos o en masa. Usualmente se congregan en camiones, o en manadas olorosas a colonia de camino a una discoteca. Para que inicie la cacería, solo necesitan ver a una mujer que se les cruce por el camino. Algunos de los «piropos» más ridículos, comienzan con un «Holaaaaaaa» muy exagerado, seguido de una pausa dramática, que indica que están realmente esperando una respuesta. Cuando, por supuesto, el saludo no es correspondido; su orgullo sufre y entonces pueden pasar dos cosas. La primera posibilidad, es que te insultan desde puta para arriba; o la segunda, es que deciden aumentar en volumen e intensidad sus «mamacitas ricas» mientras te vas lo más rápido que puedas— probablemente porque creen que no los escuchaste la primera vez, o porque es en castigo a no querer registrar su presencia.
Los Aulladores, como todas las razas de zombis, son peligrosos ya que nunca se sabe con certeza de que es de lo que son capaces. Particularmente, éste hecho se debe a que éstos si se congregan en masa u operan en manada. Individualmente se puede decir que ladran pero no muerden, pero no es aconsejable arriesgarse a averiguar, especialmente cuando están en grupo.
Una de las participantes de mi encuesta me contó como ella debía caminar al trabajo cada mañana. Todos los días pasaba frente a un hotel en construcción. Sin fallo, cada vez que ella pasaba frente a la construcción, un grupo de diez o más hombres le gritaban obscenidades, todos a una voz. Ella comenzaba su día frustrada y atemorizada, hasta que un día finalmente decidió cambiar su ruta al trabajo. Ella fue forzada a tomar un camino más largo para escapar los denigrantes e irritantes comentarios que le lanzaban cada mañana.
El Aullador puede ser inofensivo en el sentido que no causa daño físico, pero el daño emocional que provoca es profundo. Evoca temores profundos y es un constante recordatorio que necesitamos estar alertas y ser proactivas. No estamos seguras, y constantemente lo recordamos todos los días, cuando nos objetifican y nos hacen sentir incómodas por el simple hecho de caminar por la calle. Nosotras sabemos que nuestra ropa no es excusa para que se nos acose. Nuestros cuerpos no existen en función de las miradas de los hombres, y nuestra persona no debería ser irrespetada. Sin embargo, el Aullador no opina lo mismo.
Este derecho de pertenencia que sienten sobre nuestros cuerpos es una desgracia y una verdadera infección mental que continua contagiándose a niños, muchachos, hombres e incluso, supuestos líderes alrededor del mundo. Francamente, ya nos estamos cansando de sentirnos denigradas. Ya nos cansamos de ignorar a los hombres para que se vayan. Exigimos respeto porque estamos viviendo en un mundo que resulta ser letal para las mujeres. Chicas como Lucía Pérez están muriendo. Es un mundo donde existe el femicidio y donde chicas de apenas trece años están siendo embarazadas por sus propios padres. Las violaciones, los asesinatos y el abuso son reales, y aunque cueste creerlo, todo comienza con algo como «mamacita rica.» Muchos hombres que podrían leer esto, no son Sobones o pajeros, pero me atrevo a apostar un brazo diciendo que al menos en algún momento de sus vidas, han objetificado a una mujer. Muchos de esos hombres, si continuaron leyendo éste ensayo, van a cambiar eso y estarán dispuestos a aliarse a la causa de la dignidad humana. Y eso sería bienaventurado, porque aunque se sienta y esté comparando el fenómeno con un apocalipsis zombi, en realidad estamos lidiando con seres humanos y si lo pensamos de ésta forma, todos los seres humanos son capaces de cambiar.
Los hombres tienen la habilidad de ayudarnos a que ésta conducta generalizada se detenga. Les pueden decir a otros hombres que no toquen a ninguna mujer, a menos que sea de mutuo acuerdo. Pueden reforzar las reglas con otros hombres. Pueden ser modelos de otros patrones de conducta positivos y tratar a las mujeres como seres humanos. Les pueden hacer saber a los hombres que el chh chh chh es moral y éticamente incorrecto. Ustedes los hombres les pueden decir a otros hombres que ya no acosen con la mirada a mujeres desde la esquina. Si otros hombres tienen algo que decir, díganles que piensen antes de hablar y que sean respetuosos con todas las criaturas, como dignos representantes de la especie homo sapiens. En resumen, los hombres pueden moldear conductas adecuadas y llamar la atención de aquellos otros que no respeten. Pueden ser aliados. Esto es importante porque, si nos unimos en contrarrestar de forma concienzuda los atroces patrones de conducta y denunciamos todo lo que veamos y oigamos, las mentes jóvenes ya no se van a seguir corrompiendo con ésta epidemia. Y así, la infección zombi finalmente llegará a su fin.